Relato popular compilado por los Hermanos Grimm
Aquel atardecer, la princesa del reino estaba jugando con su
pelota de oro junto a una fuente en los jardines del palacio de una comarca de
cuento. A la princesa le gustaba jugar y pasar el tiempo entre los estanques
con flores acuáticas y los senderos bordeados por setos, mientras su
imaginación se regocijaba pensando, una y otra vez, en el príncipe de un día a
conocer.
Un pájaro blanco como la luna pasó volando bajo, al lado de
la muchacha, y esta, del susto, dejó caer la pelota, que se hundió en la
fuente. La princesa se inclinó hacia la fuente, primero curiosa y pronto
desesperada, e intentó descubrir en dónde estaba su pelota. Pero el agua no era
transparente y no pudo ver nada.
Un sapo oyó sus sollozos, asomó la cabeza y le preguntó el
motivo de su pena. Entonces se ofreció a devolverle la pelota con una
condición: que ella se convirtiera en su amiga. El sapo le explicó que ser su
amiga significaba que ella tendría que llevarlo al palacio, sentarlo a su mesa,
darle de beber en su vaso, comer del mismo plato, acostarlo a su lado en su
propia cama y, además, besarlo cuando él se lo pidiera.
La princesa estaba tan preocupada por su pelota perdida que,
sin pensarlo, le prometió al sapo todo lo que pedía. El sapo se zambulló en el
agua de la fuente y al rato le devolvió a la muchacha la pelota de oro. Pero
cuando el animal reclamó el cumplimiento de la promesa, la princesa echó a
correr, se escondió en su cuarto y, después de un rato, se dispuso a comer con
sus padres, el rey y la reina de la comarca, pensando que había huido de la
situación. Sus pensamientos, como antes de encontrarse con el sapo, se
concentraban en el deseo de conocer pronto el amor.
Pasado un breve rato, un sirviente avisó al rey que había un
sapo en la puerta que pedía cenar con la princesa. El rey dejó que pasara, y al
contarle el sapo lo que había ocurrido durante la tarde en los jardines, el
padre ordenó a su hija que cumpliera lo prometido. Así fue como el sapo comió y
bebió con la muchacha, aunque a ella esa situación le provocaba temor e,
incluso, un poco de asco y apenas probó los manjares reales de su plato.
Cayó la noche y, cuando la princesa se estaba por ir a la
cama, el sapo exigió dormir con ella. La princesa aceptó, aunque con algo de
repulsión y de miedo, pero era obediente y hacía caso de su padre, el rey.
Cuando ya estaban acostados entre las mismas sábanas delicadas, el sapo le
reclamó el beso de las buenas noches.
La princesa, cerrando los ojos con fuerza, lo besó.
Entonces el sapo se convirtió en un joven príncipe de ojos
saltones y de buen corazón. En un instante, princesa y príncipe se enamoraron
locamente, como sucede en las historias que nacen en los confines de las
comarcas de cuento.
Esta es tan solo una de las tantas versiones del cuento. Se dice que en la versión original de los hermanos Grimm fue suficiente arrojar el sapo contra la pared para que se rompiera el hechizo, y en otra, que al sapo le fue suficiente pasar la noche con la princesa.

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