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| Ilustración: Shariar y Sherezade |
Historia de Sherezade y del sultán Shariar
Marco de la colección de cuentos árabes Las mil y una noches
Todo comenzó cuando, en la más remota de las edades, el
sultán Shariar reinaba en la India y en la China. Impartía, a lo largo y ancho
del reino, justicia y sabiduría. Todos sus súbditos lo respetaban. Pero, fruto
de la traición de su esposa, un día dejó de confiar en las mujeres. Se volvió
amargado y vil.
Consumido por el odio, ideó un plan siniestro: cada noche
desposaría a una joven, se haría la fiesta de celebración, pero después de la
noche de bodas, y durante la mañana siguiente, la mataría. La joven y reciente
esposa estaba de antemano condenada.
De este modo, le ordenó al visir- El más influyente entre
todos sus ministros. Que buscara a las más hermosas y lozanas jóvenes del reino
para que contrajeran con él matrimonio, una por día. Así sucedía y todas
perdían la vida al amanecer.
El visir, que debía acatar las órdenes del rey, se
encontraba sumido en la culpa de llevar a cabo tan trágica tarea. Sus dos
hijas, Sherezade y Duniazad, estaban muy preocupadas también. Una noche,
Sherezade miró los ojos tristes de su padre y le dijo:
-Elígeme como la próxima esposa del sultán.
El visir se negó, aterrado ante la idea de lo que podría
sucederle a la muchacha.
-Tengo un plan, padre. Están desapareciendo las doncellas
del reino; si mi idea resulta, con Duniazad detendremos la maldad de Shariar.
Esa noche, el visir llevó a la bella y astuta Sherezade al
palacio. Antes, ella le había indicado a su hermana:
-El sultán te llamará después de la boda. En ese momento,
debes implorar que te deje escuchar una de mis historias.
Cuando Shariar se quedó a solas con Sherezade, ella puso en
marcha su ardid: le pidió que le concediese un último deseo:
-Me gustaría poder despedirme de mi hermana-dijo la joven,
suavemente.
El sultán aceptó a regañadientes. Poco después, Duniazad le
pidió al monarca:
-Señor, permítame escuchar por última vez una de las
historias encantadas de Sherezade.
La curiosidad hizo que Shariar aceptara el pedido. La
reciente esposa comenzó a narrar. Del relato de Sherezade se escapaban
príncipes de Persia y terribles genios; juntos protagonizaban increíbles
peripecias. La noche parecía acelerarse para el sultán, que se encontraba
sumergido en el relato. En la mitad de la historia, el sol empezó a asomar por
los ventanales.
-Siento pena por tener que interrumpir aquí la narración
-dijo la joven, mientras se mostraba aparentemente sorprendida por la irrupción
de la luz del sol-. Si tuviéramos más tiempo, podría contarles el final, tan
atrapante como las acciones previas. Pero llega el día, que anuncia mi pronta
muerte.
Sin embargo, el sultán se encontraba tan fascinado como
curioso por conocer el final de la aventura, así que decidió posponer la
ejecución de la muchacha para la noche siguiente.
Durante la jornada, Schariar pensaba en los personajes y las
intrigas que había conocido en la noche. A la hora del crepúsculo, se encontró
con Sherezade y su hermana, y la esposa volvió a desplegar su magia a través de
las historias. Aparecían en ella, ahora, oasis salvadores y desiertos de arenas
enceguecedoras, poblados desconocidos y palacios misteriosos. Al amanecer, y
como el relato todavía no había terminado, el sultán decidió aplazar nuevamente
la ejecución.
La tercera noche llegó, y a medida que el tiempo -y los
relatos. Se sucedían, se repetían los acontecimientos. Los días pasaban…
Sherezade les contó sobre un joven que había engañado nada menos que a cuarenta
ladrones, sobre un marino valiente a bordo de su barco veloz, sobre un muchacho
dueño de una lámpara maravillosa, entre otras tantas historias del fantástico
Oriente.
Las noches siguieron pasando, hasta las mil y una, hasta que
el sultán cayó rendidamente enamorado del encanto de Sherezade, que fue desde
entonces su esposa, Schariar volvió a ser un monarca justo y noble, y a
respetar a las mujeres.

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