Afanti, el ingenioso
Cuento oriental
Relato enmarcado de: Beatriz Actis - "Cuando se va el verano"
En lejanos tiempos, en tierras de Oriente, un noble de gran
fortuna llamado Bahmán ofreció un banquete nocturno en su suntuosa casa.
Los campos que rodeaban la residencia eran fértiles y en
ellos crecían las frutas más dulces. Entre estas, la servidumbre recogió los
mejores melones -Bahmán tenía debilidad por ellos- para servirlos como postre
en la cena. Eran amarillos y sabrosos.
Entre los invitados se encontraban unos cuantos nobles y
algunos ricos mercaderes. Pero el dueño de casa había convidado también a
alguien que desentonaba entre aquellos hombres poderosos. El intruso era
Afanti, apodado el ingenioso, un sabio pobre que no solía recibir
invitaciones para asistir a esa clase de fiestas.
El anfitrión era particularmente arrogante y por ello,
despreciativo con quienes no tenían sus privilegios. Había invitado a Afanti
solo para burlarse de él, ya que era de modesto origen y Bahmán supuso que no
sabría comportarse correctamente. En secreto, le tenía envidia por su fama de
sabio y por eso ideó un plan para humillarlo.
Para el noble se trataba de un juego cruel: llevar a su casa
a alguien para reírse de él y, así, divertirse junto a sus verdaderos amigos.
Mientras se desarrollaba la reunión, un grupo de músicos
ejecutaba suaves melodías. Dos de las tres hermosas hijas del noble comenzaron
a danzar.
La hija menor, Soraya, era la única que se había negado a
participar del banquete porque conocía las verdaderas intenciones de su padre y
no estaba de acuerdo con ellas. Soraya admiraba a Afanti, ya que había
escuchado muchas de las historias sobre su bondad y su ingenio que circulaban
por la región.
El padre, al ver que solo dos de sus hijas bailaban, se
enojó con Soraya por su desobediencia y la obligó a danzar junto a sus
hermanas. Ella tuvo que ceder.
La mesa, cubierta por manjares, estaba ubicada en medio del
gran salón y era presidida por el duelo de casa. Él guiaba la conversación, que
como un arroyo serpenteante fluía de un tema a otro sin que hubiera ni siquiera
unos segundos de silencio.
Cada tanto, Afanti hacía algún breve comentario que objetaba
con acierto lo dicho por los nobles y los mercaderes, y los ponía en ridículo.
Esto no hacía más que acrecentar el deseo de Bahmán de burlarse de él.
Las dos hijas mayores se dejaban llevar por la música y por
el movimiento rítmico de sus cuerpos, y no prestaban atención a lo que sucedía
entre los asistentes al banquete. En cambio, Soraya, mientras bailaba,
escuchaba las conversaciones y seguía con interés el comportamiento de Afanti.
El sabio se daba cuenta de esa actitud, y en varios momentos de la noche, los
dos cruzaron sus miradas con amorosa complicidad.
El grupo de invitados parecía estar interesado
exclusivamente en comer y conversar. En tanto, Bahmán aprovechó para llevar a
cabo su broma: con disimulo, fue colocando las cáscaras de los melones que iba
engullendo al lado del plato de Afanti. Todos se mostraban risueños y
entretenidos, y nadie parecía darse cuenta de la maniobra realizada por el
anfitrión.
Los melones eran jugosos y azucarados, y, al final de la
comida, cada comensal había devorado, al menos, uno.
Cuando terminaron con el último, dijo Bahmán:
- ¡Vean todos! ¡Aquí, a mi lado! Observen qué gran cantidad
de cáscaras de melón hay junto al plato de Afanti. ¡Se ve que ha comido el
doble que nosotros!
Y dirigiéndose a Afanti:
-Dicen por allí que eres un sabio; yo digo que eres el más
goloso y angurriento de los sabios de Oriente.
Los hombres estallaron en una carcajada ruidosa, felices por
haber burlado -eso era lo que creían- el ingenio de Afanti. En tanto, este se
mostraba humilde y silencioso. Cuando se acallaron las risas, dijo con tono
sereno:
-Es verdad. He comido mucho de este melón tan dulce, y por
eso dejé al costado de mi plato todas estas cáscaras. Pero miren con atención
el plato del dueño de casa: no hay ninguna cáscara a su lado…
- ¡Este rico hombre es tan atolondrado y voraz que se comió
los melones enteros, incluso con sus cáscaras! El emperador debería nombrarlo
“Señor de los glotones y amo de todos los melones del mundo”.
La hija menor, al son de la música y sonriendo tras su velo,
observaba la escena.
Después, Afanti saludó con una inclinación de cabeza a sus
sorprendidos compañeros de mesa y volvió a las calles del pueblo, el lugar
adonde en verdad pertenecía.
Soraya comprendió que lo que acababa de suceder no era un
episodio menor, porque Afanti había desafiado con ingenio y paciencia el poder
del orgulloso Bahmán.
Sintió además que ella, al igual que el sabio, no pertenecía
a la lujosa casa y no tenía por qué obedecer sumisamente las órdenes de su
padre, del mismo modo que Afanti no había caído en la trampa que le había
tendido Bahmán al hacerlo objeto de su broma.
De manera sigilosa, Soraya salió del gran salón y fue al
encuentro de Afanti -que la esperaba entre las sombras de la noche- para
buscar, junto a él, su auténtico lugar en el mundo.
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