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| Ilustración: Clara Aparicio y Juan Rulfo |
Cartas de Juan Rulfo a Clara[1]:
Género epistolar
Relato enmarcado de: Beatriz Actis - "Cuando se va el verano"
México, enero 10 de 1945
Chiquilla.
¿Sabes una
cosa?
He llegado
a saber después de muchas vueltas que tienes los ojos azucarados. Ayer nada
menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas y resultó que la
boca me supo a azúcar, ni más ni menos a esa azúcar que comemos robándonosla de
la cocina, a escondidas de la mamá cuando somos niños.
También he
concluido por saber que los cachetitos, el derecho y el izquierdo, los dos,
tienen sabor a durazno, quizá porque del corazón sube algo de ese sabor.
Bueno, la
cosa es que, del modo que sea, ya no encuentro la hora de volverte a ver.
No me
conforma, no; me desespero.
Ayer pensé
en ti, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el
durazno de tu corazón, lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma.
Por lo
pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros por la
carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres
el principio y fin de todas las cosas (…).
Juan
México, marzo 22 de 1945
Muchachita:
(…) Desde
que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre, en las ramas
altas, lejanas, en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si
despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se
mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor.
Junto a tu nombre
el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la
sangre de una herida, como se va la muerte de la vida. Y la vida se llena con
tu nombre.
Clara,
claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se
rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba. Y un
corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejaba por otro
corazón, no teme nada.
¿Y qué
mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He
aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la
noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde, y el viento lo ha
llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo
murmura el río.
Clara: hoy
he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.
Juan

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